Las emociones son respuestas que experimentamos frente estímulos internos o externos. Su función principal es orientarnos para tomar decisiones, dar sentido a aquello que nos pasa y nos ayudan a relacionarnos con nuestro entorno. Aprender a regularlas y encontrar su equilibrio, te permitirá vivir de una manera más llena.
¿Es posible que alguna vez hayas tenido la sensación que has perdido el control sobre tus emociones? ¿Has llorado de rabia, has temblado o te has bloqueado? ¿Has tomado alguna decisión invadida por un optimismo desmesurado?
Encontrarte en una situación social nueva, abrir una caja con recuerdos de una antigua relación o recordar una situación que en el pasado tuvo un gran impacto en ti. Son situaciones y recuerdos que pueden evocarte emociones y volver a experimentarlas, de manera más o menos intensa.
En cualquier caso, las emociones te están indicando algo que va más allá de experimentarlas: “te mueven hacia”, te hacen pensar o hacer cosas, tomar decisiones para darles una respuesta.
Estate atento al que te dicen las emociones
Tanto si experimentas una emoción como si pretendes evitarla, tendrá un efecto directo en tu comportamiento. Por este motivo, para poderlas gestionar es necesario para para atender qué estás experimentando emocionalmente y averiguar cuál es su sentido.
Ponte en esta situación: en el trabajo te han ofrecido una gran oportunidad de crecimiento laboral que implica marchar a vivir al extranjero. Te alegras muchísimo y quieres aceptarlo. Pero pides tiempo para pensar, porque crees que esto implicará romper tu relación de pareja: siempre ha dicho que no cree en las relaciones a distancia y sabes que no marcharía contigo.
En este momento puedes experimentar diferentes emociones: alegría y sorpresa por la aventura de iniciar un proyecto laboral nuevo. Y también miedo, por la misma propuesta y prever la reacción de tu pareja. ¿Qué puede pasar si el miedo toma el control? Te puede bloquear, paralizar, hacer que evites la situación de hablar con tu pareja o, incluso, tomar la decisión de rechazar una oferta de trabajo que representa una gran oportunidad para ti.
En esta situación, tienes que detenerte para identificar qué emoción estás experimentando. Y cuando lo tengas, averiguar qué te está planteando hacer o dejar de hacer.
Siguiendo el ejemplo, puede ser que identifiques miedo. Esta emoción nos protege de las cosas negativas, por eso se dedica a recordarte y enumerar todas las cosas que pueden ir mal: que la oportunidad de trabajo no sea tan buena como esperas, que no estés a la altura del lugar de trabajo, que tu pareja quiera dejar la relación si lo aceptas, …
Es el efecto que se espera de esta emoción, es su forma de protegerte. Por este motivo, hace falta que analices su función: ¿qué te está indicando esta emoción? Si te está paralizando, ¿cuál es el motivo por el cual lo está haciendo? ¿Qué hay de cierto en lo que te está indicando la emoción?
No se trata de pasar la emoción por el filtro de la razón, sino de prestarle atención para saber cuál es el efecto que puede estar teniendo sobre tu bienestar y crecimiento personal. Poder pensar sobre las emociones que experimentamos, lo que pensamos y lo que hacemos, es el primer paso para coger el control y tomar decisiones para conseguir aquello que realmente te propones.
Las emociones positivas y negativas no existen
Más que poner una etiqueta a las emociones, lo que tenemos que conseguir es comprenderlas. Experimentar tristeza cuando muere una persona querida es tan necesario como sentir felicidad cuando conseguimos lo que nos proponemos.
Pensar que el miedo, la tristeza, la rabia, … son negativas, lo que nos llevará a hacer es evitarlas. Porque los humanos evitamos las cosas que nos pueden hacer daño: de forma instintiva y natural buscamos bienestar y evitar el dolor.
Por eso, si prevemos que una situación nos puede hacer experimentar una de estas emociones, de forma natural querremos evitarla. Y por el contrario, si creemos que la felicidad, la alegría,… son emociones positivas, orientaremos nuestra conducta para vivir situaciones que nos las hagan experimentar.
La clave de las emociones es encontrar su equilibrio, ser flexibles y aprender a regularlas. Puedes sentir tristeza, pero no es una emoción que pueda predominar en tu vida de manera indefinida. Puedes experimentar felicidad, pero la vida tiene momentos en que no nos podemos dejar invadir por ella.
Aceptar las situaciones y las emociones que nos despiertan y nos movilizan es la clave. La vida que vivimos es la que construimos y depende en gran medida de cómo afrontamos los retos y gestionamos nuestras emociones. Por eso, evita vivirla según los mensajes del pensamiento positivo de los que te hablo en este artículo y que tienen mucho que ver con pensar que las emociones son positivas o negativas.
Encontrar el equilibrio
Para poder gestionarlas, hay que comprender que la respuesta emocional tiene cuatro dimensiones:
- Respuesta emocional: qué emociones estás experimentando, ponerles un nombre para identificarlas
- Respuesta neurobiológica y bioquímica: tiene que ver con la respuesta del sistema nervioso central, el sistema endocrino y el sistema límbico. Por eso se acelera el corazón, nos coge calor, escalofríos, se ponen las mejillas rojas, …
- Respuesta conductual: es lo que hacemos, tanto a través de la comunicación verbal como no verbal. Es lo que nos hace agachar la cabeza, apartar la mirada, marchar o expresarnos.
- Componente cognitivo: que es la manera como las procesamos a partir de los pensamientos, qué nos decimos cuando las experimentamos
Así, hay que atender las cuatro dimensiones. Aceptar la emoción, atender a aquello que nos orienta a hacer y procesarlas de tal manera que nos permitan expresar u orientar la conducta hacia lo que queremos hacer.
Vivir en los extremos de las experiencias, sea de felicidad o tristeza, no es saludable. Cómo todo en la vida, se trata de encontrar un equilibrio.
Atender y comprender las emociones es detenerse a identificarlas, conocer cuál es su función, qué nos están queriendo decir con su aparición e intensidad. Así, podremos tomar decisiones y facilitar que fluyan de forma que no nos generen malestar, incomodidad o desequilibrio.
¡Pasa a la acción!
Identifica un momento o situación que te haya hecho o te haga experimentar emociones de forma intensa. Cuando lo tengas, detalla cual ha sido tu reacción: qué sensaciones corporales has tenido, que has hecho en ese momento y cual ha sido el resultado: ¿cómo te ha hecho sentir? ¿Crees que podrías haber reaccionado de una manera diferente que te aportara mayor bienestar?