Es curioso: tenemos más miedo a las consecuencias que pueden comportar los cambios a quedarnos cómo estamos. El miedo es una emoción que puede ser una buena consejera o una fuente de malestar y frustración: dependerá de cómo la regules. Te animo a revisar como la gestionas y descubrir como el miedo te puede ayudar a crecer
Cuando te planteas hacer algo de manera diferente ¿dónde pones más el foco? ¿En las consecuencias positivas o en las negativas? ¿Piensas más en tus capacidades o en tus limitaciones? ¿Cómo afrontas los cambios?
El miedo es una emoción básica y justamente, por ser básica, es necesaria en nuestra vida. Nos tenemos que olvidar de pensar en ella como una emoción negativa: igual que pasa con todas las otras emociones, no hay ninguna de positiva o negativa, buena o mala.
Todas las emociones orientan nuestro comportamiento. Cuando las experimentamos nos están indicando la necesidad de hacer algo, de movilizarnos en alguna dirección. En el caso del miedo, nos hace adoptar una conducta o un comportamiento que nos aleje del peligro y, por lo tanto, vela por nuestro propio bienestar.
Así, su función es como la de una sirena de emergencias: advierte de que hay algo que puede ponernos en peligro o amenaza nuestro bienestar.
Esta emoción se puede activar de manera instintiva o por el aprendizaje. Por ejemplo, cuando de repente sientes un golpe muy fuerte, instintivamente te pones en alerta, buscas de donde proviene, te tapas la cabeza o encoges los hombros, … Pero también se activa en función de tus experiencias, tus pensamientos y tu situación personal.
Como el miedo te puede ayudar a crecer: tiene una intención positiva
Por este motivo, puede pasar que el miedo coja un papel sobreprotector y te imponga limitaciones, generándote inseguridad, bloqueándote a la hora de moverte hacia aquello que realmente quieres hacer o conseguir, te desequilibra, te hace centrar la mirada solo en aspectos negativos o hace que los sobredimensiones, … Pero, aun así, el miedo siempre tiene una intención positiva.
Sí, tiene una intención positiva. Y más si tenemos en cuenta que es la emoción más vinculada a la supervivencia. Nos advierte de las amenazas y nos hace preservar el propio bienestar. Por eso se activa automáticamente cuando hay una situación de peligro y nos hace reaccionar protegiéndonos.
Sin el miedo, seríamos temerarios, no pensaríamos en los riesgos que implican nuestras decisiones y acciones, no nos apartaríamos de los peligros, no detectaríamos aquellas personas que nos quieren hacer daño, … El miedo hace que nos apartemos, que nos retiremos de las situaciones negativas y que evitemos ponernos en contacto con la fuente que nos genera el miedo.
El miedo se convertirá en un problema en función de aquello que hagas con él, del poder que le des para decidir sobre tu comportamiento. Por eso, hay que aprender a gestionar o regular el miedo, como parte de la regulación emocional.
Para regular el miedo, es necesario que identifiques en qué momentos aparece. Seguramente hay situaciones en que lo ves muy claro, pero hay otros en que es más sutil, menos visible o no lo identificas. Por eso, hay que atender a aquellos momentos en que sientas que algo no va bien, que no encaja o te hace plantear demasiadas preguntas. El miedo genera sensaciones desagradables: es su manera de llamar tu atención y hacerse ver.
Como regular el miedo
Cuando hayas identificado en qué momentos aparece, pregúntate qué te hace pensar: que eres más o menos capaz, que mejor dejar correr lo que estás intentando hacer diferente, que te quedes como estás ,…. y a continuación, piensa qué parte de razón tienen estos pensamientos y en qué medida pueden estar equivocados.
Es común que el miedo nos haga ver las cosas de forma más negativa que positiva. Y no solo tiene que ver con la emoción del miedo, sino con las creencias limitantes. También tienen una intención positiva, pero son esquemas de pensamiento y mensajes que básicamente te recuerdan de lo que no eres capaz de hacer, todo lo que puede salir mal y te animan a quedarte cómo estás.
Podríamos decir que el miedo y las creencias limitantes van de la mano e, igual que las creencias limitantes se pueden desgranar para convertirlas en creencias potenciadoras, el miedo se puede regular porque sea un buena compañero de vida.
Y por último, una vez te hayas preguntado qué te hace pensar el miedo, identifica aquello que quieres hacer y convierte tu miedo en una aliado. ¿Cómo hacerlo? Puedes aplicar el Método Kaizen y utilizar el miedo para definir los objetivos: el miedo es una de las emociones que más te puede ayudar a detallar los pequeños objetivos, porque te advertirá de todas las dificultades y capacidades que tendrás que desarrollar para conseguir lo que realmente te propones.
Es solo un ejemplo de cómo puedes hacer que tu miedo sea un aliado: gestionándolo de una manera diferente si valoras su parte positiva. Así harás una gestión más funcional que si simplemente lo dejas fluir y gobernar sobre tus decisiones.
La vida está llena de retos y tenemos que tomar muchas decisiones en todas las áreas desde muy pequeños: con quien nos relacionamos, qué estudios y profesión escoger, sobrevivir con el sueldo que ganamos, convivir con la pareja o encontrar tiempo para disfrutar de nuestro tiempo libre, …
Todo lo que tenemos, es porque en algún momento hemos tomado la decisión de tenerlo, sea porque lo hemos buscado o nos lo hemos encontrado y lo hemos aceptado. Pero el día a día nos propone retos, objetivos a cumplir y el miedo siempre está presente. Si lo dejamos fluir a su aire y que tome el control, puede afectar a tu autoestima y autoconfianza.
Identifica las situaciones en las que el miedo gana la partida y haz que juegue a tu favor
¡Pasa a la acción!
Piensa en una cosa que no estés haciendo y que te gustaría hacer. Puede ser un objetivo que te propones en la vida, como un cambio de trabajo, finalizar con una relación, cambiar de piso, … ¿Qué papel tiene el miedo en que no tomes la determinación? Haz un listado con aspectos que te posibilitan y uno con aspectos que te bloquean. ¿Cómo te hace sentir cada uno de los listados?